Es comprensible que temamos la aflicción. Nuestro concepto de nosotros mismos y de nuestro desarrollo sano durante la infancia dependieron de la presencia y del amor de nuestros progenitores. Ser privados del amor que necesitábamos y sentirse afligido por esa laguna era una carga excesivamente grande. Nuestro programa de aflicción no estaba aún suficientemente maduro como para manejarlo. Sentimos horror, impotencia, abandono y aislamiento. Estas singularidades que rodean a nuestro sentimiento de aflicción se quedaron grabadas en nuestras células. Afligirnos, o incluso la sospecha de afligirnos, nos devuelve todos esos terrores arcaicos. Tememos afligirnos ahora porque implica convertirnos en huérfanos. El trabajo, paradójicamente, consiste en afligirnos y dejar pasar las heridas, decepciones y pérdidas de nuestra infancia. Sólo entonces podremos enfrentarnos a las penas actuales y en consecuencia permitir que el amor entre en nosotros y con él todas sus tristezas, ira y miedo. Sólo los suficientemente honestos y valientes para experimentar estos incómodos sentimientos pueden hacer sitio a la alegría que brota del amor cuando se ha alejado la aflicción.
David Richo "Cuando el amor se encueentra con el miedo"