Respira profunda y lentamente
tratando de observar los detalles de esta acción tan cotidiana. Inspira y nota
el aire en tu nariz, su temperatura, su calidez, su contacto, su camino hasta los
pulmones. Observa esto por un momento.
Respirar no es en principio
complicado, pero muchas veces parece que hemos perdido esa habilidad natural de
tomar aire y expulsarlo de un modo en que nutramos nuestro cuerpo. Cada vez lo
hacemos de forma más incompleta y acelerada, más inconsciente y sin darnos
cuenta de este movimiento vital.
Cuando inspiramos lo hacemos en
dos fases. En primer lugar hinchamos la parte baja del abdomen, llenando el
vientre. Es lo que denominamos "respiración diafragmática o abdominal".
En segundo lugar, y en el mismo movimiento de inspirar, llenamos la parte alta
del pecho. Se trata de la "respiración torácica".
Cuando espiramos, expulsamos el
aire de los pulmones justo al revés. Primero vaciamos de aire el tórax y
después el del abdomen relajando la musculatura y haciendo descender el
diafragma.
Esta alternancia perfecta de
inspirar y espirar en realidad es sólo un orden ideal, ya que este proceso está
tan íntimamente unido a nuestro estado de ánimo que es alterado dependiendo de
la situación en la que nos encontremos. Cuando estamos estresados o
angustiados, o tememos alguna cosa tendemos a contener la inspiración,
acortarla y hacerla más rígida. Lo que hacemos con la espiración es retrasarla
y soltar menor cantidad de aire del que tomamos al principio.
De esta manera la respiración
diafragmática se reduce o desaparece y queda sólo la respiración torácica, que
nos lleva a tener una sensación de presión física o incluso de dolor torácico.
Evidentemente esto empeora la
situación de estrés, de ansiedad o de angustia y se genera un círculo vicioso
que nos provoca un malestar generalizado con el que es muy incómodo funcionar
en el día a día.
Desaprender un modo de respirar
torácico y entrecortado que nos daña requiere de tiempo, dedicación y decisión.
Respirar es fundamental para vivir, de manera que cualquier esfuerzo que
realicemos para mejorar nuestra forma de hacerlo nos trae unas ventajas
absolutamente indispensables.
Toma el tiempo que necesites,
pero tómalo. Busca el lugar adecuado para recuperar este valioso aprendizaje y
ten paciencia y constancia.
Túmbate boca arriba, estirando
las piernas y dejándote sostener por el suelo. Estira los brazos y pon hacia
arriba las palmas de las manos. Nota el peso de tu cuerpo que descansa, cierra
los ojos y pon atención a tu respiración. Observa cómo inspiras y espiras sin
juzgarte negativamente y sin querer cambiar este movimiento bruscamente. Pon
una mano sobre tu abdomen y muy poco a poco trata de llenar de aire en primer
lugar la parte más baja del vientre en la inspiración. No fuerces este
ejercicio (esto es muy importante). Cuanto más relajado estés más facilidad
tendrás para realizar este entrenamiento.
Cuando te notes relajado empieza
a contar cada inspiración-espiración hasta llegar a veinte. No importa si te
pierdes, si te distraes empieza de nuevo a contar; esto te ayudará a poner la
atención más plenamente en este ejercicio.
Practicar cada día cinco o seis
minutos nos hará más hábiles en los momentos de estrés y nos capacitará para
relajarnos y sosegarnos.
Respirar es vivir. Recuperemos el
placer de respirar para tomar consciencia del placer de vivir.
Amparo Navarro Salvador